Sin un pelo de tonto


 El cliente sisea al camarero.

—Perdona, hay un pelo en mi sopa.

—¡Ah! Perdone, es mío.

El cliente estudia al barman y se percata de que este está calvo.

—¿Me estás vacilando?

—No señor. Tiene suerte, ese es mi último pelo. Está en su sopa, eso para mí tiene mucho valor.

—¡Tráigame la hoja de reclamaciones ahora mismo!

El camarero se va y vuelve con un álbum de fotos.

—Mire. —Le enseña fotos de cuando él mismo era joven—. Qué pelazo, rubito, maravilloso. Y ese pelo tiene mucho valor, señor. 

—¡Pero que me importa una mierda tu pelo! Quiero hablar con tu jefe.

—No está.

—¿Cómo que no está?

—Yo soy el dueño. Gané un concurso de Loreal y compré este restaurante.

—¡Me voy! ¡Prepárate, porque las reseñas de este lugar van a ser horribles!

—¿Quiere que le saque el pelo de la sopa y llevárselo en un táper?

—¡Estás loco! Adiós.

El camarero se pasa la mano por la cabeza.

—¡Vaya! Está volviendo a crecer.

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